El desprecio está de moda

El desprecio está de moda

La división política ha dejado de basarse en la ideología y ha tomado el camino de los sentimientos, agrietando la convivencia

El último acontecimiento político, en el que el gobierno de España pareció pender de un hilo durante cinco días, ha vuelto a evidenciar que estamos más polarizados que nunca. La retórica política y ciudadana es más incendiaria, la rabia más propensa a cuajar en odio. Ya no se trata solo de la división política clásica entre derechas e izquierdas, sino de una profunda división social y humana. Cada vez nos cuesta más relacionarnos con personas del otro signo político, ya sean familiares o amigos. No es que no las comprendamos, es que sencillamente las detestamos. Por desgracia, el desprecio está de moda.

Los científicos sociales han tomado nota de este endurecimiento de las divisiones políticas y del auge del tribalismo. Y coinciden en que la política tiende ahora a ser más emocional. Cada vez es más probable que las preferencias políticas vayan unidas a una aversión visceral hacia la oposición. A este fenómeno se lo ha bautizado como “polarización afectiva”, una polarización que se basa en nuestros sentimientos hacia los demás, no en preferencias políticas particularmente divergentes.

En su ensayo Por qué estamos polarizados (Capitán Swing, 2021), el periodista estadounidense Ezra Klein argumenta que la polarización se retroalimenta a sí misma. Dice Klein que las élites políticas se dividen en torno a una cuestión, y luego los ciudadanos, recogiendo esas divisiones, siguen los surcos naturales de la psicología humana dividiéndose en grupos cada vez más significativos. A su vez, estas divisiones aumentan los incentivos de los políticos para acentuarlas. El autor señala la toxicidad de esa polarización porque mezcla política e identidad social. Dice lo siguiente, en referencia a Estados Unidos pero que también podemos aplicar con matices al caso español: “Hoy, los partidos están muy divididos en líneas raciales, religiosas, geográficas, culturales y psicológicas. Como estas megaidentidades se extienden por tantos aspectos de nuestra sociedad, se refuerzan constantemente».

Ya en 2019, un estudio liderado por Shanto Iyengar, politólogo de la Universidad de Stanford, advirtió del auge de la polarización afectiva: mientras que históricamente la polarización se percibía en términos temáticos (divergencias en los enfoques económicos y de valores sociales), ahora ha emergido una nueva gran división de tipo sentimental que etiqueta a los seguidores del otro bando como hipócritas, egoístas y cerrados de mente. Pura visceralidad contra la cual los argumentos racionales apenas pueden luchar.

“Observamos que el aumento de la polarización afectiva puede tener graves ramificaciones, especialmente en tiempos de agitación política”, resumió Iyengar poniendo como ejemplo la diferencia entre cómo fue recibido por los votantes republicanos el escándalo del Watergate que tumbó al presidente Richard Nixon en 1974 y cómo están recibiendo el goteo de escándalos del expresidente y candidato Donald Trump en la actualidad. Con Nixon, el votante republicano aceptó las informaciones periodísticas y las investigaciones judiciales como creíbles y justas; con Trump, la reacción ha sido acusar y amenazar a la prensa y tachar de partidistas a los jueces, arremolinándose más si cabe alrededor de su líder. Los datos de una encuesta reciente citada por el diario The Washington Post revelan que en Estados Unidos más de la mitad de los republicanos y demócratas ven al otro partido como «una amenaza», y casi el mismo número está de acuerdo con la descripción del otro partido como «malvado». ¿Les suena?

En su III Encuesta Nacional de Polarización Política, presentada en noviembre de 2023, la Universidad de Murcia (UMU) reveló que la polarización afectiva del electorado sigue creciendo en nuestro país: el indicador utilizado para el cálculo de este fenómeno (API) que usa una escala del 0 (ninguna polarización) al 10 (polarización extrema) es superior en 2023 (4,56) al obtenido en 2022 (4,40) y este era a su vez superior al obtenido en 2021 (3,98). “Las tensiones emocionales a nivel político continúan intensificándose”, subrayó la UMU en su comunicado.

Mariano Torcal y Josep Maria Comellas, politólogos de la Universitat Pompeu Fabra (UPF) publicaron en 2022 un artículo específico acerca de la polarización afectiva en España y el sur de Europa y advirtieron del fenómeno: “La política en España se ha caracterizado en los últimos años por la presencia de constantes exabruptos, insultos o descalificaciones pronunciados por algún líder o comentarista político en algún medio de comunicación o en redes sociales. Esto ha solido ir acompañado del uso recurrente de etiquetas que son utilizadas por políticos o generadores de opinión con afanes descalificativos del supuesto oponente político, tales como ‘bolivarianos’, ‘comunistas’, ‘fascistas’, ‘rojos’, ‘separatistas’, ‘españolistas’ y/o ‘terroristas’ entre otros muchos”, indicó Torcal. “Todo ello contribuye a que se perciba un ambiente generalizado de crispación y confrontación en la esfera pública en donde una gran mayoría de informadores y de ciudadanos no se comportan como tales, sino como hooligans”.

La tendencia a formar grupos muy unidos tiene una explicación biológica. Los humanos evolucionaron en un mundo de recursos limitados en el que la supervivencia requería cooperación e identificar a los rivales. En 1954, el psicólogo social Muzafer Sherif realizó un experimento revelador: tomó a 22 boy scouts y los separó en dos grupos que acamparon en el parque Robbers Cave de Oklahoma. Sólo al cabo de una semana se enteraron de que había otro grupo en el otro extremo del camping. Lo que hicieron a continuación fascinó al equipo de investigación. Cada grupo desarrolló un desprecio irracional por el otro. Los chicos del otro grupo eran vistos no sólo como rivales, sino como seres humanos fundamentalmente defectuosos. Sólo cuando se les pidió que trabajaran juntos para resolver un problema común empezaron a respetarse y colaborar.

Quizá deberíamos empezar a respetarnos y cooperar juntos como sociedad en lugar de echarnos las culpas de todos los males y deshumanizarnos. Lamentablemente, y a tenor de los precedentes históricos, más que una hazaña este cambio de rumbo parece una utopía

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